En Órbita

Cali y su batalla por el color

Por Redacción 

Desde el 28 de abril de 2021 el color se atomizó en Cali. Fueron múltiples y variadas las expresiones que aparecieron plasmadas en muros y paredes.
Pero sobre la calle 5 con cra 1, se está jugando un capítulo aparte por la defensa de la policromía y la democracia.

En este emblemático sitio de la ciudad ocurrió un acto de censura y de intolerancia organizado por sectores de la llamada gente de bien que pagaron a civiles para ocultar con gris los mensajes alusivos al paro y a la realidad nacional. La calle es libre dice un adagio popular, la calle es de todos expone un postulado de la ciudadanía. Aun así la libertad de expresión se encuentra en riesgo y amenazada por este tipo de acciones cuyo interés es el de silenciar e imponer un pensamiento de normalización de la barbarie.

La Quinta censurada. Foto: Asociación Nomadesc
El llamado del color. Foto: Medios Libres Cali

El arte urbano no pide permiso, es uno de sus fundamentos y esencia, también reconoce que las intervenciones artísticas no son eternas ni inalterables, pero deben transformarse con más arte, acción que no ocurrió el pasado 4 de julio cuando se borró el color y los mensajes de denuncia con el frío gris de la uniformidad y la indiferencia. Ante esta afrenta ciudadana, artística y social, se convocó a una jornada de desagravio una semana después, 10-11 de julio. Al llamado acudieron esta vez artistas de otros lugares del país, el color es como el agua, no se detiene.

Se cumplió con el principio, cubrir con más arte y color, la acción también fue una apuesta pedagógica de reivindicación de derechos y formulaciones estéticas, sin embargo la administración municipal y ciertas élites se sintieron incómodas con un muro, uno solo, al que consideran cargado de odio: Paren el genocidio. Este mensaje adquirió en su nueva versión una expresión alucinante, sicodélica y testimonial.

El Paro Nacional versión 2021 entró a la dimensión de guerra semiótica y Cali fue la génesis de la confrontación de esos símbolos en disputa, diferenciados en su organización, ideología e iconografía.  Para entender la revolución y explosión del color, Tercera Órbita dialogó con tres muralistas viajeros que expanden el color desde sus territorios hacia todos los caminos.  Mauricio Patiño Ceballos SAC – Guacarí – 16 años en el oficio. Diego Grillo Intygrillos – Sibundoy (Putumayo) 11 años pintando. Jhonatan Acosta – J – Sibundoy (Putumayo) 7 años en los murales.  

¿Por qué deciden sumarse a esta iniciativa de resignificar estas paredes que habían sido alteradas sin proponer ningún tipo de expresión artística?

M.P.C: Nosotros venimos haciendo unos procesos locales, la lucha desde la educación del color, las formas, los contrastes, con las sensibilidades de la expresión gráfica. Y la preocupación era esa, que ese mural marcaba un precedente de verdad, de una realidad que está pasando y que no la podemos borrar, ni negar, ni minimizar, ni maquillar. Entonces decidimos viajar, gestionar los recursos y venir a apoyar, más que la idea de un festival, era participar en la lucha colectiva de una protesta social que está ocurriendo en Cali y en toda Colombia.      

D.G: Darnos cuenta que como artistas, como personas, como sociedad y como comunidad no sentimos respeto por más de 80 víctimas durante el paro y tanta gente asesinada. Es un muro que no simplemente trata de plasmar una palabra o una imagen, sino que manda un mensaje a Colombia y al mundo, y de alguna manera es indignante que se lo cubra y se trate de ocultar.  Entonces es ese mismo orgullo lo que nos lleva a defender a aquellas personas que no pueden gritar y se sienten impotentes ante un gobierno que nos está matando y está acabando con todo. Esa fuerza es la que nos hace venir, estar aquí, pintar, tratar de aprender lo máximo para hacer una retroalimentación en nuestros territorios, porque lo que se ve aquí en la ciudad también se mira en los pueblos, y es esa misma lucha comunitaria. 

J.A: Acudimos al llamado y el llamado no solo lo hacen los artistas, también lo hacen quienes convocan a las ollas comunitarias, a las marchas, en este caso se trata de un colectivo amplio de artistas a nivel nación que estamos en luchas populares, en frentes de apoyo a temas activistas. Lo que nos trae acá es el acompañamiento que se le debe hacer a estas causas por el compromiso que tenemos cada uno con nuestro oficio y con la labor que desempeñan los compañeros en cada una de las ciudades, y es por eso mismo que estamos acá, porque nosotros sabemos que si vinimos a acompañar, en algún momento mucha gente también nos irá a acompañar adonde estamos nosotros y en nuestros diferentes procesos. 

 

¿Cuál es la experiencia que ocurre en Sibundoy, por qué su accionar con el color se ha vuelto un referente para el arte urbano a nivel nacional?

M.P.C: Pienso que el camino que han abierto ciertos actores de trabajo social, de trabajo cultural.  De hecho yo conocí ese territorio por Los Grillos, ellos fueron los que me abrieron el andar, junto con otras investigaciones personales de otros pintores como Alberto Velasco, Oscar Arango Chagu, Jorge Niño, que son unos caminares más independientes pero que convergen en un trabajo más amplio; ellos hacen un trabajo para todos, la obra es de todos. En esa ruta se conocen con Los Grillos y se hace  un primer festival, a partir de allí ese proceso fue creciendo. Pienso que más allá de tener una estética material, allá encontramos los artistas una estética interna, que no refiere a lo espiritual, como mucha gente lo llama, sino que es muy personal. Empieza uno a descubrir una estética del color, allá el color es por dentro y por fuera. Manejan un concepto que es el de transformar la palabra Colombia por Colorbia.

D.G: A Sibundoy y al Putumayo le pasa lo que en estos momentos le pasa a los muros en Cali. En el Putumayo anteriormente no se podía expresar muchas de las situaciones que vivían sus habitantes por el tema álgido del conflicto armado. Entonces allá no había muralismo, las expresiones artísticas eran mínimas, muy básicas, por decirlo así, en la medida que no había una oferta amplia de actividades artísticas o culturales. Hacia el año 2014, cuando empieza a esbozarse el tema de la paz, en el territorio empezaron a hablarse de situaciones que ni se mencionaban. Entonces fue a través del ejercicio del mural que se empezaron a contar unas nuevas historias, y como no existía esta expresión, fue el medio técnico que llamó la atención. Entonces los murales fueron inspirados para generar un proceso de mayor activación cultural  y porqué no decirlo de turismo, aunque esto es complejo, porque para que haya turismo debe haber unas inversiones y estas no existen, igual en el campo artístico no hay ese tipo de inversiones.  Por eso nosotros tratamos de mantener que ese mural lindo y bello sea entendido como un regalo que los artistas donan, proyectan o hacen fuera de marcos como festivales,  mingas, o de algún tipo de institucionalización, porque después vienen precisamente conflictos de apropiamiento de los espacios donde por años y años quienes hemos dado la lucha somos los artistas, no los secretarios de cultura, no las personas que muchas veces ni siquiera tienen conocimientos técnicos o experienciales sobre las gestiones y la vida de la gestión cultural. Esos murales en el Putumayo empezaron a ser espacios donde se empezó a hablar de la paz y eso nos llevó a trabajar con colectivos diversos de comunidades indígenas, con población en reincorporación, con excombatientes de las FARC; de esa forma se catapultó mucho el tema muralístico en el sur del país.

El Valle del Sibundoy, por ser un lugar muy bonito, por ser un lugar muy agradable, por ser un valle, qué más maravilloso que tener murales para apreciarlos en bicicleta, en carro o caminando por ahí y mirar las diferentes expresiones. Pero de un tiempo para acá también se ha venido utilizando el mensaje mural para gritar lo que está pasando a nivel nacional, porque los muros no pueden convertirse solamente en muñecos o muñecas de maquillaje para el disfrute de unas realidades que no expresan lo que pasa en nuestro territorio. Es por eso mismo que el mural del Putumayo o del sur del país se respeta mucho, porque se entiende qué tanto implica el trabajo de los artistas, como también qué tanto implica lo que se está depositando sea en su mensaje o en la organización. J es uno de los grandes muralistas que aparece de un proceso como el que nos encontramos aquí en Cali, empezó a hacer su camino individual y dentro del colectivo es una de las personas más talentosas que hay para dibujar, rayar o exponerse en la pared.       

J.A: Uno como pintor, no tanto como artista, porque a veces el mencionar la palabra artista se activa una lucha de egos en los cuales hay muchas rivalidades, hay muchos conflictos, y lo bonito del arte es que siempre va a ser combativo, siempre va a ser subversivo y va a estar a disposición como una herramienta que va a gritar y va a decir lo que se tenga que decir. A nuestro territorio estaba llegando todo tipo de energías y gente malintencionada, entonces eso había que expresarlo de alguna manera y el arte fue el mejor campo que nos permitió hacerlo y nos permite hacer denuncias públicas que transforman. Poco a poco se pueden cambiar estos espacios a través del arte, a través del color.

¿Qué tipo de acción se realizó en esta confluencia de vías en Cali, es posible considerarlo un festival, si no es así, que la hace diferente?

M.P.C: En ese sitio, en ese momento, convergieron muchas acciones que ya se venían trabajando, que están organizadas, que tienen un esquema y un orden de producción y de acción. Entonces, considero, y no es por subordinar el trabajo del otro, sino que no podemos abarcar una idea o esta acción nacional entre unos pocos y maquillarla de fiesta y de festival.  Porque no estamos de fiesta en estos momentos, estamos es en un duelo por los que se han ido, por la situación del país, y desde ese mismo duelo también uno sabe que debe haber respeto en esa misma acción; desde lo personal hasta lo colectivo se maneja una frecuencia de respeto, eso es algo muy natural en este tipo de acciones.  

D.G: Dentro del ejercicio popular de estos encuentros, son códigos que no se enmarcan en ningún escrito o no se estipulan, porque en el campo artístico conocemos quienes son los artistas que acompañan esta clase acciones.    Entonces sabemos que aquí nos vamos a encontrar gente que no vino con invitación, con carta de antesala y sabe a lo que viene y a qué se expone. En el marco de los festivales la gente llega con sus tiquetes, acompañadas de un proceso metodológico, logístico, institucional que lo único que sirve es para legalizar recursos, que no está mal, pero bien podría fortalecerse más los procesos que se gestan en los territorios y en los pueblos. Sin embargo, a estos eventos uno viene es decidido y con la intención, claro, con la experiencia que ya tienen muchos de los artistas locales, ellos sabrán de qué manera delegarle a uno la tarea o la función para que la acción conjunta tenga ese impacto que se quiere.

Yo creo que el mural tuvo un gran impacto, no por lo estético, porque en ningún momento alguno de nosotros como artistas plásticos quiso hacer alguna figura estética que calmara la salud mental de la gente de bien de la ciudad de Cali, por el contrario, quisimos mantener la voz de las madres de los muchachos que perdieron la vida en los cañaduzales, queremos mantener la voz de los jóvenes que fueron asesinados, y eso no es estético, eso es de acción humana; por eso mismo es que nos encontramos no en un ejercicio estético de un festival, sino que nos encontramos con los compañeros dentro de lo humano, porque creo y siento que en algún momento la calle también nos cobrará nuestros propios compañeros.

Sería difícil no apoyarnos en estas situaciones que parecen simples como echarle pintura gris a un mural, pero detrás de eso hay también una fuerza que también puede decir: ey, vaya desaparézcame a ese personaje.  Así de simple como echarle pintura a un muro, así de simple es echarle mano a un artista que está de espaldas en diálogo con su muro. Esa es una de las causas que también nos reúne, porque aquí nos encontramos entre compañeros y compañeras y sabemos que la labor de cada uno de ellos, sobretodo de los artistas de Cali es muy importante y valiosa, la hemos visto en gran parte de las manifestaciones populares que se han visibilizado a nivel nación, el símbolo del puño es pintado por los artistas locales, lo que llaman la Quinta siempre ha permanecido pintada de diferentes maneras de acuerdo a los aconteceres políticos. Esperamos que la gente salga a pintar, todos los lugares son públicos, son nuestros, y las alcaldías y gobernaciones tan solo gobiernan 4 años y nosotros vamos a seguir en estos muros plasmando con o sin la venia de los gobiernos. Siempre estarán nuevas generaciones tratando de pintar, entonces vinimos por eso, porque sentíamos que debíamos hacer un gran apoyo entre compañeros y dentro de lo humano.        

¿Cuál ha sido la apuesta y el proceso de trabajo de Intygrillos en los territorios?

D.G: En el marco del desarrollo de nuestras actividades está el tema artístico, de defensa del medio ambiente, de derechos humanos y el trabajo por la construcción de la paz, sobre este último pudimos trabajar en unos escenarios muy importantes para la reincorporación y reconciliación desde el arte con personas que decidieron abandonar fusiles para comenzar nuevos caminos frente a las duras circunstancias que impone el gobierno.  En esa medida empezamos a conocer muchas historias sobre el campo, sobre el conflicto, sobre muchas dinámicas que los diferentes medios de comunicación  no toman en cuenta, y pudimos identificar sucesos e historias de vida, también conocer a gente que le gusta el trabajo por la construcción de la paz desde las bases, desde el hacer con las manos. Tuvimos un proceso de animación y comic, lo que nos llevó a realizar una pequeña película que habla sobre los líderes y lideresas del campo en Putumayo y de algunas zonas de Nariño, esa película saldrá el próximo año, esperamos que sea en escenarios donde las comunidades puedan identificar sus sucesos de vida con ese apasionamiento que genera ver al campesino luchar por lo que quiere y suministrar muchas veces el alimento para gran parte de la población. Hemos trabajado en escenarios muy complejos, en el departamento del Caquetá estuvimos en el espacio territorial de Aguabonita, de Miravalle, en San Vicente del Caguán, con la Guardia Campesina del Pato, con todos ellos hemos trabajado de la mano del color y del arte. Hemos podido expresar en los murales diferentes posiciones tanto de rechazo a la injusticia, como también de afecto hacia la naturaleza, de denuncia a la violación de los derechos humanos; en el tema de explotación minero energética en el departamento de Putumayo siempre estamos denunciando a través de la gráfica, no solo a través del mural, con un compañero que ilustra propuestas pedagógicas que rotamos para que la gente esté enterada sobre ese tema. Porque este es uno de nuestros grandes conflictos que generan procesos de violencia que están arraigados muy fuertes en el departamento. Ese es parte de nuestro proceso, permanentemente amenazados, coartados por diferentes sectores institucionales, que muchas veces sienten que ya el color empezó a hacer una pequeña llaga, y ya no les genera tranquilidad, ya no lo ven como los locos que pintan murales, sino que un mural es una apuesta política muy fuerte, y en este momento puede generar tanto como recursos económicos como generar la caída de esos mismos discursos, porque un muro también es un ser muy fuerte hablando desde el silencio y desde el color.  

Colectivo Intygrillos

Desde el año 2017 hasta hoy hubo unas dinámicas muy frecuentes y activas, recorridos de bastante accionar. En el territorio en ese tiempo estaba el tema del inicio de los Acuerdos de Paz y había mucha motivación, entonces el arte tuvo un escenario muy fuerte de acción y de participación. Se vivió como un festival porque era una fiesta de paz, una fiesta del color. Bajaban las muertes entonces podía uno tranquilamente tomarse los muros, podía irse a lugares donde antes la violencia no te permitía ir a decir ni pintar. Cuando la violencia disminuyó la gente pudo irse a expresar a las calles, entonces permanentemente viajábamos por nuestros pueblos, porque igual son cercanos, a pintar acciones pedagógicas, tomas muralísticas, acompañamientos en reuniones a sectores de base popular; pero fue en el marco del Acuerdo para la Paz, en la implementación de los primeros años, que fue una dinámica más activa desde el arte y sobre lo que queríamos expresar.    

¿Es posible considerar al arte urbano, desde la metodología, como un proceso de formación en lugares no convencionales?

M.P.C: En el caso de nosotros en Guacarí, se formó a finales del 2013 un colectivo que se llamó SACOL, Sociedad de Arte y Concepto de Colombia. Comenzamos desde el amor propio, teníamos un escenario destruido y olvidado por el Estado por más de 30 años que era la bodega del ferrocarril, donde alrededor estaban los juegos infantiles, pero estaba amenazado por los dueños de lo ajeno y se convirtió en refugio para habitantes de calle. Entonces queríamos resignificar ese espacio contando historias sobre Guacarí, porque hemos sido cercenados desde la identidad ancestral, nos han maquillado o borrado la memoria, y qué más que una estación de ferrocarril que sola cuenta su propia historia. Arrancó todo por ahí, por las ganas de ver el parche bonito. Había unos chicos que mantenían allí tirándole piedras a las botellas que habían quedado de la farra de la noche anterior, convocamos a esos niños y empezamos a hacer murales con ellos, todo un trabajo de acercamiento, de sensibilidad del espacio y terminamos como en una escuelita que se reunía en la bodega del ferrocarril.

 

SAC - Colectivo

Así fue gestándose la necesidad comunitaria de hacer cambios y transformar el pueblo desde el color y la expresión. Estamos hablando de que la bodega es un patrimonio municipal y eso abarca a todos, así se fue llenando de color, fueron cambiando los actores que antes iban ahí, se empezó a respetar el espacio, luego llegaron los bomberos a limpiar con sus mangueras y se puso muy lindo el lugar. La gente vio esa acción en el pueblo y empezó a preguntar si dábamos clases, además habían visto el cambio de esos niños de la estación que eran tremendos, que ni los padres controlaban, entonces se fue formando una onda de recibir a chicos difíciles y funcionaba, el color transforma increíble. Su fue formando el colectivo, salimos de la estación y nos fuimos para las paredes del estadio, después a las paredes de los sitios que consideramos nosotros que el arte y la cultura del Estado no llega o no saben llegar. Hacíamos talleres, convocábamos a la gente con el puerta a puerta para que se sumaran a pintar el pedazo. De esa forma se fue se estructurando.      

Ilusoriamente, ¿Cuál sería el ideal universal de un artista urbano?

M.P.C:    Ese ideal debe verse más allá del arte urbano, el ideal debe ser llegar al hogar, llegar a la familia con esa expresión, que el muralismo llegue adentro de su casa donde alguien se exprese, pinte su propio lugar, su propia historia y llegue la visita y recorra el lugar. Otro ideal sería la nueva educación, salirse del claustro, de las formas cuadradas, de los uniformes y llegar a la casa, que haya un docente por hogar, suena utópico y romántico pero no es acomodando las masas, debe ser más desde lo sensible y lo personal: la educación.      

 

D.G. La escena no solo para la población del graffiti, sino para la nación cultural y artística, mejorar las garantías de los procesos de cultura y arte para que de allí la posición del arte tome fuerza y el valor que verdaderamente tiene y no se asuma el arte como lo bonito, lo feo, lo estético o lo antiestético, sino que verdaderamente se le otorgue a esas lecturas lo que implica el arte en lo social, en lo político, en lo económico y en cada una de las facetas de lo humano; entonces ojalá hubieran unas universidades no solo con pedagogías estructurales sino que sean llenas de arte y color donde ese sea el ejercicio: la creatividad.

 

FOTO: fb Mauricio Varela
Foto: fb Mauricio Varela

Poema anónimo que círculó en la jornada de restauración del color. 

QUÉ SABEN ELLOS

Qué saben ellos cuánto vale un litro de pintura, qué saben ellos de las veces que dejamos de comer por comprar pintura, que dejamos de comprar un par de zapatos por comprar pintura, que dejamos de invitar a una chica a salir por comprar pintura, que dejamos de darle algo a la familia por conseguir pintura.

Qué saben ellos qué hemos dado por una pintura, por un litro de pintura, el trueque permanente en el que vivimos; hemos dado muchas horas de nuestra vidas por un poco de pintura, hemos tenido en la vida dos maletas, una de ellas, llena de pinturas. Nos hemos sentado en las madrugadas a esperar a que amanezca con la pintura a un lado, compañera, insurrecta; qué saben ellos de tener la ropa pintada, toda la ropa pintada, qué saben ellos de pintar con pinturas podridas que en el fondo son un mazacote duro, tieso, hediondo. Qué saben ellos de cuando transformamos esa hediondez en formas y figuras llenas de amor, qué saben ellos que escondieron el arte en sus museos, qué saben ellos, los de las exposiciones, donde sólo entre ellos se invitan, qué saben ellos de los muros que pintamos debajo de los puentes con los marginales, con los pobres, con los parias.

Qué saben ellos que pintamos junto a la madre de Jhonny silva, de Katherine, de Julián; con las madres de Punta del Este, con las madres de Llano Verde, con los sindicalistas, con Toñita, la poeta; que pintamos junto a los Nasa, Ingas, Kamentsa, afros y campesinos la memoria.

Qué saben ellos que pintamos desde abajo, qué saben ellos que por las calles todxs nos llaman hermanos, maestros, hijos y nos dan sus bendiciones, qué saben ellos de la vida… 

Ahora es cuando.

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