Una apuesta por la preservación de la vida, la sabiduría ancestral
y la naturaleza
Del 19 al 23 de febrero de 2021 ocurrió la conmemoración de la creación de la organización indígena más grande y longeva del planeta. Al encuentro se sumaron cerca de 20.000 asistentes; durante 5 días compartieron saberes, acordaron planes de vida y en las noches desplegaron el talento artístico de sus comunidades ofreciendo una monumental fiesta. No hubo ni una sola agresión ni un acto deshonroso, las delegaciones de pueblos que conforman esta asociación, los invitados especiales, los asistentes curiosos, experimentaron un evento de comunión y respeto por las identidades, el legado cultural y los propósitos fundamentales de lucha en los territorios. Bienvenido/as a caminar con el CRIC.
Por Alfonso Carlos Moranda
Especial para Tercera Órbita
Vengo desde un pueblo azul donde el tiempo no tiene longitud.
León Gieco
Por la carretera
La carretera Panamericana, el camino más extenso del mundo, se extiende desde Alaska hasta Buenos Aires y acumula 35.800 kilómetros de asfalto. Entre Popayán y Cali, en esos 141 kilómetros, se ha gestado una historia de resistencia y autonomía que se manifiesta mediante bloqueos a la gran vía para reclamar posesiones ancestrales sobre la tierra y desarrollo para las comunidades indígenas; derechos contemplados en la Constitución Política de Colombia 1991 y que sistemáticamente se han ido infringiendo a lo largo de la historia republicana. Esa toma pacífica, que en ocasiones se tornan violentas y trágicas, es una de las formas de visibilizar sus problemáticas y poner en evidencia el incumplimiento de los gobiernos en los últimos 50 años. Cuando se cierra la Panamericana, se cierra el continente.
Llegando para caminar la palabra
Deambulando por el sur occidente colombiano quedé detenido en la red de montañas y selvas inconmensurables del Pacífico sur. Con las fronteras cerradas los territorios de esta zona se convirtieron en un oasis para regocijarme con los paisajes, los sabores y los encuentros. Recorría el Valle del Paletará en el Parque Nacional Natural de Puracé, cuando una algarabía de flautas y tambores irrumpió en el zumbido del viento y el silencio y aparecieron ante mí cuatro buses de montaña, que se conocen como chivas porque trepan por las cordilleras, y se detuvieron a pocos metros para recoger una carga de comida que se hallaba solitaria a la vera del camino. Me animé a preguntarles hacia dónde iban y me invitaron a unirme al viaje, yo que caminaba para perderme en el infinito azul del páramo, cambié de rumbo y me dejé raptar para sentir la tierra.
Se dirigían a la vereda El Pital, territorio Sat Thama Kiwe, en Caldono, población al norte del Cauca. Cantaban felices y reían mirando las montañas mientras la música abría camino anunciando que los guardianes de la tierra se acercaban a una celebración que había esperado 50 soles.
A la entrada del perímetro un retén de La Guardia Indígena ejercía control y seguridad, una vez comprobada mi identidad y aclarado el motivo de mi inesperada visita, me introduje en un túnel de humo que se desprendía de unas fogatas y mi cuerpo y ropas se impregnaron de aromas naturales. Me sentí como en un sueño, pero más allá de un rito milenario, se trataba de una estrategia de cuidado ante la pandemia. Mientras me internaba avizoré un emplazamiento compuesto por cinco cerros en cuyas cúspides se levantaban enormes estructuras para recibir y coordinar la logística del encuentro, fui invitado a registrarme en la carpa principal, donde se hallaba una gran tarima y un auditorio dispuesto a lo largo de 300 metros.
Después fui conducido a una serie de tiendas improvisadas concebidas como un conjunto de centros de salud donde me invitaron a beber, cuando quisiera, de una pócima que llamaban preventivo anticovid, un licor amargo y silvestre desarrollado por los sabios curanderos y médicos tradicionales desde el inicio de la crisis sanitaria para contener la pandemia.
Una vez avalado mi ingreso me dispuse a recorrer el lugar, la imagen de gente arribando a raudales con sus indumentarias, colores e instrumentos tradicionales me transportó a mundos primigenios sin fronteras ni exclusiones cuando los pueblos originarios se encontraban para debatir sobre el futuro y la eternidad. El barullo iba creciendo y aquellas montañas atestadas de sobrevivientes de la conquista y la colonia organizaron campamentos, levantaron cocinas y organizaron despensas de agua. Cuando cayó la noche apareció una ciudad flotante delineada por las calzadas iluminadas que conectaban con las cúspides de los cerros, arterias refulgentes por donde fluía la sangre libertaria de jóvenes y mayores que compartían meriendas y bebidas embriagantes ancestrales ofrecidas en los cálidos negocitos desplegados en derredor. Había llegado el momento de escuchar…