Mientras la leía, sentía una dicha profunda al estar tan inmerso en su universo guajiro que los aparatos electrónicos y las series de streaming carecían de interés para mí; vivía y sentía la novela, aunque me dolía mucho, pues está poblada de momentos fuertes, como en un estado de embelesamiento inquieto.
El camino de una wayuu de Moepiayú (Maricela Ortiz) es una novela que te quita el aliento y que, al llegar a la última página, te deja suspirando, contemplando el océano junto con la nieta de Mama y su hijo. Mientras la leía, sentía una dicha profunda al estar tan inmerso en su universo guajiro que los aparatos electrónicos y las series de streaming carecían de interés para mí; vivía y sentía la novela, aunque me dolía mucho, pues está poblada de momentos fuertes, como en un estado de embelesamiento inquieto.
Su escritura es naturalista, empleando técnicas narrativas propias de Émile Zola en el siglo XIX, caracterizadas por el detallismo minucioso, el determinismo social y biológico, y un enfoque casi científico de la realidad. El narrador externo, casi clínico, solo se permite opinar o nombrar con precisión el delito —“acceso carnal violento”— en el punto más álgido de las crueldades humanas. Esto se debe a que, sin pretenderlo, la novela también suple la ausencia de educación sexual en esta región, donde la nieta de Mama alcanza la adolescencia estando embarazada a los 15 años, y finalmente nombra lo que sufrió siendo niña en su hogar familiar con su tío, alias “El Mocho”, durante cinco años.

Mientras leía las desventuras de la nieta de Mama, pensaba en Justine, personaje de Los infortunios de la virtud del Marqués de Sade, donde la maldad es infinita y la justicia no es más que su extensión. La nieta de Mama es virtuosa, como Justine, pero a diferencia de ella, en la novela de Moepiayú no hay cabida para el erotismo como fuerza principal a través de pornogramas; más bien, atraviesa embestidas de rebeldía que la convierten en un personaje entrañable en todos los sentidos. Vive con sus entrañas, sosteniendo una dignidad constantemente vapuleada por adultos o “superiores” racial y socioeconómicamente.
En “El camino de una wayuu”, el lector no encontrará satisfacción en la venganza, pero sí en personajes increíblemente humanos que podrían ser usted o yo. A riesgo de que el lector se pierda un poco, como suele suceder en las novelas familiares —donde uno no siempre sabe de qué Buendía estamos hablando en determinado pasaje—, la autora invita a revisar el árbol genealógico de este matriarcado que es intenso sin necesidad de ser espectacular, como la película de mafiosos del wild west wayuu “Pájaros de verano”.
Se emplea una técnica propia del Nouveau roman que está bien utilizada: vaciar a los personajes de atributos fijos, incluso de sus nombres, para referirse a ellos como “la adolescente”, “la madre”, “el cuarto hijo”, de modo que cualquiera puede ser ese personaje en esta comedia humana caribeña. Esto facilita que el lector retenga más los gestos y acciones que la identidad nominal en un territorio donde la registraduría civil tiene poca importancia y donde mujeres y niños son tratados como objetos.

Además, el anonimato favorece el naturalismo y su determinismo, hasta que la nieta de Mama decide cortar el cordón umbilical familiar de cara al mar, sin que sus actos sean justificados únicamente por heridas traumáticas o la ley del más fuerte. La novela termina porque la nieta de Mama es la verdadera heroína que logra romper este ciclo.
La naturaleza diversa y salvaje de La Guajira está descrita casi como un personaje más, con la pasión de un cartógrafo y la pluma de una poeta sin andamiajes, que hace palpitar el territorio en cada página, envolviendo al lector en un paisaje tan vívido como simbólico.
Los dioses, en esta novela mitológica y nutrida de rituales, magia y brujería impresionantes, permanecen para acompañarla. El guía espiritual Piachii, con sus sueños premonitorios y avistamientos de aves de mal agüero; el brujo con su trapito rojo y sus encantamientos para encontrar la botella de plástico enterrada que contiene una poderosa maldición que está matando a toda una estirpe, incluyendo a Mama; el hijo mayor, cuya vida
es salvada dos veces por un anciano epifánico, la segunda vez del enamoramiento vampiresco de la mismísima Madre Monte; y los ángeles clandestinos, una familia de guajiros con gafas negras y armados hasta los dientes, liderados por su madre, quien, devolviéndole un favor a Mama muchos años después, le da por fin una tierra tranquila a la hija de Mama, lejos de sus hermanos, quienes se aprovechaban de ella, sus numerosos hijos y sus chivos.
Los dioses se cuelan entre los hombres, permaneciendo siempre oscuros sus designios y fortaleciendo el espíritu de quienes, como la nieta de Mama, saben vivir a pesar de ellos, sin ellos y con ellos.
El camino de una wayuu de Moepiayú es un gran tesoro para el catálogo de Ediciones El Silencio.