Hacia la Biblioteca de Avendaños

Montañas de Avendaños - Sotaquirá
Red Nacional de Bibliotecas Públicas de Colombia

Una trocha por contar

Durante el segundo semestre del año 2019 se implementó el piloto de las BRI (Bibliotecas Rurales Itinerantes), una apuesta más del Plan Nacional de Lectura en su propósito de expandir su cobertura e impacto en el territorio nacional.
 
La siguiente crónica expone la ruta del libro hacia Avendaños, corregimiento de Sotaquirá en el departamento boyacense, tan lejos y tan cerca de la generación de bienestar, tan bello y escabroso como territorio virgen.

Por Juan Guayara Mora 

A los promotores de lectura 

La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos,
ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá.
¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar.
Eduardo Galeano 

Asistía a la Biblioteca Municipal de Paipa, a veces me integraba a sus actividades. Leí para grupos de la tercera edad, para profesores, para bibliotecarios, para adolescentes, para la primera infancia. La función hace parte de los programas de la Red Nacional de Bibliotecas Públicas en la conformación de grupos de lectores voluntarios que impulsan las actividades locales de lectura. Siempre estaba dispuesto a dar de leer, maravillándome con los paisajes paipanos en cada salida bibliotecaria, era una aventura telúrica y una oportunidad de conocer más ese regazo de tranquilidad y regocijarme con su gente amable. 

Un día estaba leyendo la prensa y se me acercó una funcionaria del Ministerio de Cultura, quería agradecerme por mi disponibilidad como lector voluntario, yo me sentí doblemente privilegiado por ser reconocido al compartir ese placer de siempre: leer para el mundo. En la conversación empecé a interesarme por su intrépida vida llevando libros y estrategias de lectura por Colombia. Me dijo que era de Pasto, que su vida era una acumulación de desplazamientos constantes, noches en hoteles o posadas; conexiones de buses intermunicipales, lanchas y aviones para arribar a poblados incrustados en la sierra, el valle, el litoral y las montañas.  Toda una gesta como Promotora de Lectura a lo largo de 7 años esquivando riesgos y solucionando dificultades en los territorios rurales.  

Al verme interesado por conocer las implementaciones del programa, sus alcances educativos y culturales, pero sobre todo los lugares hasta donde llegan sus actividades, me soltó una invitación inquietante.

– Si quiere saber de verdad, y conocer esta Colombia por dentro, venga conmigo donde no hay nada, donde nunca nadie ha ido. 

Su exhortación me pareció un poco dramática, pero también quería conocer más de la geografía boyacense, así que acepté, además empecé a sentirme curioso por saber qué leían esos chispeantes ojos rasgados que abundan en el Valle de Atriz. 

Quedamos de vernos al siguiente día muy temprano en la Plaza Jaime Rook de Paipa. 

Era miércoles, día de mercado campesino, y hasta allá nos desplazamos. Los exuberantes frutos de la región aparecían radiantes ante nuestros ojos con las primeras luces del sol.  Desayunamos amasijo paipano y café humeante escuchando y observando a nuestro alrededor el comercio de bultos de papa y empezamos a planear nuestra ruta. Logré inquietarme cuando observé el morral inflarse por el volumen de vegetales y frutas que ella compraba, e inquirí tímidamente.

– ¿Necesitamos tanto?… podríamos comprar allá.

Me miró con piedad y me explicó como si fuese un secreto. 

– Ya te advertí que allá no hay nada. Cuando vamos, siempre llevamos de más para compartirlo con las comunidades. ¿No querrás venirte con peso de allá, o sí?

No volví a refutar una sílaba, entonces me percaté que había dicho que en el pueblo había otra maleta con materiales didácticos y empecé a presentir que era verdad todo lo que me anticipaba, que tocaba cargarlo todo para tenerlo todo en un lugar donde no había nada. Entramos a un granero y compramos los últimos alimentos estratégicos además de bombones, galletas y chocolatinas para los niños, después fuimos a una droguería por insumos médicos para hacer un botiquín. Con todo lo que llevábamos, sin haber pisado la autopista, me imaginé lejos y sin regreso.    

Abordamos una buseta en la Troncal del Oriente, la avenida que circunda a Paipa y una de las rutas de carga pesada más importantes del país. Quince minutos después bajamos en un punto conocido como El Ramal, ascendimos por unas escaleras y  encontramos una Virgen, la vía alterna y un arco con el nombre de la población que sería nuestro lugar de base: Sotaquirá. Es muy común en las poblaciones boyacenses que se encuentran al interior de una montaña anunciar con estos arcos el camino para llegar hasta su cabecera.  Minutos después pasó el transporte y nos adentramos por un camino bordeado de montículos verdes y floridos. A lado y lado se extendían por las estepas lienzos interminables de vacas. En las rectas, las vueltas, las aceleraciones o las frenadas el paisaje era insondable desde la ventana; parecía la misma foto repleta de cabezas, cuernos y manchas negras y de colores pardos que esparcían un aroma a poleo, a pasto recién cortado, a boñiga recién pateada. Media hora más tarde, pisábamos el parque principal y buscábamos a la bibliotecaria para coordinar la travesía. 

Fuera de la Alcaldía nos recibió Janeth Ávila en atuendo de baquiana de monte. Botas, sombrero y hablado recio. Nos informaba que el transporte estaba asegurado en un carro del municipio, pero que sólo podría hacerse el viaje después de mediodía. Asentía con rostro de preocupación y recalcaba – va a tocar caminar rápido porque nos va a coger la noche en el camino-. Yo advertí que mi guía le devolvía una mirada de desconcierto resignado y no supe si sentirme tranquilo o alarmado. 

Aprovechamos para almorzar y fui conociendo más de la vida y oficio de estas dos mujeres. Janeth Ávila es bibliotecaria de la población desde hace 7 años. Hablaba con mucho interés sobre los insumos y materiales que iban a ser entregados por el Ministerio de Cultura, mi guía le precisaba que iban a tener una conversación más detallada cuando llegaran a la escuela de Avendaños, lugar donde ocurriría la implementación de las Bibliotecas Rurales Itinerantes. Esta era su tercera y última visita programada, una especie de colofón a un proceso que había empezado ocho meses antes en Bogotá y que cerraría esa primera fase en diciembre de 2019. En esa conversación me percaté que según el cronograma del proyecto ya debía haber una dotación de equipos y libros en las ruralidades y no había llegado. La visita oficial se puso incómoda para ambas funcionarias, sin embargo yo sentí un alivio porque pensé por un momento que íbamos a llevar más peso.  

Cargamos la camioneta con nuestras maletas, el mercado y material escolar. Empezamos un ascenso bordeando una montaña, pensé en ver más vacas pero no ocurrió, en cambio apareció un paisaje agreste, desértico y solitario que a medida que se inclinaba en procura la cumbre se ponía más dificultoso debido a la resequedad del terreno que amenazaba con hacernos deslizar y caer por un despeñadero. Entonces nos detuvimos cuando creímos conveniente, nos despedimos del conductor, repartimos el peso de los maletines y emprendimos marcha hacia la cúspide de Alto Ecce Homo, lugar de penitencia y adoración de los feligreses sotaquireños, y la primera estación de esta ruta hacia la lectura y el libro en la nada. 

Experimentamos al caminar que nuestros pasos eran inseguros sobre las piedras rodantes. Esta antesala ya me anunciaba lo que vendría y mi guía me animaba a caminar rápido porque íbamos tarde y en la cumbre había una escena insospechada; yo ya me estaba empezando a fastidiar de las sorpresas y espontaneidades, pero también comprendía que allá arriba no había control, entonces me refugié en el asombro para encontrar serenidad. Veinte minutos después llegamos, ya la bibliotecaria se hallaba descansando y me lanzó una frase que en vez de motivarme me intimidó. – No se preocupe caleño, que de aquí en adelante es bajando por la loma. Yo buscaba consuelo en mi guía pero ella con su mirada me mostraba su sorpresa, que no había advertido porque me hallaba recuperando aire a bocanadas y prometiendo no volver a fumar. Ya en calma observé un armatoste abandonado y pregunté qué hacía allí a tres mil metros sobre el nivel del mar, en un camino por donde no pasa nadie. La bibliotecaria me explicó que fue una donación de los Estados Unidos a finales del siglo XX y servía de transporte escolar hasta que perdió su vida útil. Después lo subieron para ser utilizado como refugio a los caminantes mientras se resguardan de los vientos gélidos, las lluvias o el sol calcinante; también se convierte en bodega cuando dejan objetos o encargos en medio de los hierros retorcidos de las bancas y la carrocería. 

Hacia la Biblioteca de Avendaños
Alto Ecce Homo - Sotaquirá - Boyacá

La historia del triste bus abandonado en la nada y querido por todos me trasladó a una escena surrealista del cine y dejé de pensar que se trataba de una alucinación por falta de oxígeno. Aún me estaba reponiendo cuando la bibliotecaria nos puso en situación. – Estamos a cinco horas caminando. Son las dos y media, así que no hay descanso hasta que lleguemos al valle, allí estaremos a la mitad del trayecto. Si nos va bien, llegaremos empezando a anochecer-. Y arrancó a paso largo y sostenido por la pendiente de piedras que hacía rememorar el cauce seco de un río. Mi guía me aconsejó buscar varas de árbol y empezamos a descender apoyándonos en los improvisados bastones.  En algunos tramos nos deslizamos como en un tobogán y el peso de los equipajes amenazaba con desestabilizarnos y estrellarnos contra el suelo. Percibí en ese instante que había empezado la aventura, que era un viaje riesgoso y necesitaba ajustar los cuidados. También me inquietaba que veía cada vez más lejos a la bibliotecaria, nos esperaba en las vueltas del camino y cuando nos veía aparecer emprendía la marcha, mas cuando contemplaba el aplomo de mi guía me tranquilizaba. Ya no la volvimos a ver ni en las curvas y nos iba señalando su presencia con silbidos y llamados por esa larga alfombra empedrada hasta que todo quedó en silencio y nos sentimos perdidos. Aguzamos el oído y por encima de las pulsaciones del corazón rebotando en nuestros tímpanos alcanzamos a escucharla llamándonos desde la profundidad del monte, pensamos que se había caído, pero en realidad nos indicaba seguir esa ruta, que nos lanzáramos a la espesura de la manigua sin contemplaciones y sin mente. Argumenté que este trayecto no estaba dentro del plan. Mi guía me desarmó.

– A veces en este trabajo se rehace el plan. Es sólo un atajo, vamos lento y hay que llegar antes de la noche. 

Y nos adentramos a bucear por entre las ramas, los chamizos y las espinas por una pendiente tupida hasta más allá de nuestras cabezas y por donde a veces no entraba la luz del sol ni podíamos ver el cielo.  Nos perdíamos y nos encontrábamos con silbidos, llamados y follajes que se movían para escoger el mejor desfiladero. De una cosa sí estábamos seguros, que hacia abajo era la salida y que la carga que llevábamos en el hombro, pecho y espalda nos protegía de rasguños y heridas, entonces aprovechando el peso nos abalanzamos contra esa muralla verde que amenazaba con ahogarnos durante cuarenta minutos hasta encontrar el ansiado valle donde nos esperaba la bibliotecaria con una merienda sobre el prado al lado de un río. 

Me sentí como en un cuento mítico y avizoraba los árboles y el silencio en procura de  hadas, ánimas o espantos. Fue un momento ganado, estar allí en ese santuario de la naturaleza ya era una victoria. Descansados y restaurados por los alimentos emprendimos la marcha. Ya cargaba mi peso satisfecho y el paisaje se convirtió en una ensoñación. Monumentales y añejos troncos caídos, vertientes de agua que se separaban y juntaban formando marismas cristalinas, musgos y melenas balanceándose al viento; cuando de repente aparecieron las vacas, atravesamos sus terrenos cercados para acortar camino, y ellas nos miraban con curiosidad y se acercaban a nuestro paso hasta casi olernos. Caminamos nerviosos pero felices entre cuernos, ubres y terneros hasta que cayó la espesura de la noche y las sombras se tomaron el mundo. Ya no veíamos ni escuchábamos a la bibliotecaria, pero no nos sobresaltamos porque habíamos pasado los terrenos más escabrosos. Seguimos caminando como una sombra más aquella noche sin luna colmada de sonidos de aves e insectos hasta que observamos una columna de humo que emanaba de una casita. Cuando escucharon nuestros pasos salió un murmullo de voces a nuestro encuentro, el lugar carecía de energía eléctrica y nos invitaron a la cocina. Ya la bibliotecaria había tomado café y estaba informándose sobre las movidas de la comunidad, al contemplarla en actitud de reposo admití que sin su calculada prisa ni su arrojo por ese atajo nuestro arribo hubiera sido más penoso.  

Cenamos con la familia rodeados de la lumbre del fogón y relatando sucesos de la zona. Después pasamos a una de las aulas de la escuela que queda contigua y nos explayamos exhaustos sobre unas colchonetas.  Sentía como si mi cuerpo lo hubieran metido a un trapiche, a pesar del agotamiento no conciliaba el sueño y con envidia escuchaba a mis compañeras de viaje roncar. Entonces reflexioné sobre dónde estaba y me embargó una sensación de vértigo cósmico, en realidad dormíamos en la nada más oscura y alejada. Volví sobre las palabras de mi guía al insinuarme el viaje e imaginé las vidas y travesías de estas funcionarias en procura de la calidad educativa y la promoción lectora. Su voluntad y esfuerzo siempre a prueba en un país complejo donde la cultura y educación se subordina a las armas y al cemento. Su función imprescindible para la generación de bienestar. Su disposición a trasegar por regiones sinuosas para que comunidades desarrollen pensamiento crítico y ejercicio ciudadano. 

Sotaquirá, Boyacá. Vereda Avendaños
Janeth Ávila, Bibliotecaria Sotaquirá. Cony Quiroz, Promotora de Lectura - Ministerio de Cultura.

Me reconfortó saber que junto a ellas, y como lector voluntario, era partícipe de un proceso de transformación social, y comprobar que ante las crisis sistemáticas por las que hemos pasado como sociedad, las Bibliotecas se mantienen incólumes y ensanchan sus programas, cobertura y servicios gracias a estas implementaciones que arrojan una progresión constante y efectiva en los programas de desarrollo de Colombia. Allí estaba en un mágico viaje acompañando las actividades de los últimos artífices en la escala piramidal del Plan Nacional de Lectura pero las más importantes en la ejecución del proceso. La gente del terreno como llaman los sociólogos y administradores tecnocráticos. Los ronquidos cesaron, me arrullé con los violines de los grillos y me dormí pensando en cómo sería ese lugar cuando lo alumbraran los rayos del sol en esta república.  

El barullo en la cocina me despertó, ya la bibliotecaria se hallaba preparando el desayuno junto a la ecónoma de la escuela, reparé en mi guía y aún dormitaba. Salí a contemplar el lugar. Sobre el prado, cristales de agua empezaban a desvanecerse por las caricias del sol, y los verdes de todos los colores como dice el poeta, aparecían recortados sobre el diáfano azul del cielo. Estábamos en medio de un cañón, observé la cima distante desde donde empezamos a rodar y visualicé al bus abandonado cubierto de rocío. Las instalaciones de la escuela constan de tres aulas grandes, servicios sanitarios, cocina, cancha de microfútbol, una zona verde en colinas rematada con una envejecida capilla y otro espacio adyacente a las aulas que sirve de dormitorio al profesor. Escuela Pablo VI sede Avendaños dice en su frontón, a su alrededor tres casitas circundantes enmarañadas de flores parecieran flotar exuberantes. Observé a niños curiosos que me oteaban desde sus cercas, me sentí intimidado porque no me había bañado y me animé a afrontar el latigazo del agua a 5 grados de temperatura a las 6 y 30 de la mañana.    

Organizados y en posición, a las siete y treinta de la mañana la escuela empezó a llenarse voces infantiles y miradas traviesas y corretonas que jugaban sin pausa. Me presentaron a Ariel Arturo Otálora, el profesor de esa escuela única donde estudian 25 niños y que sirve de punto de encuentro e información a la zona. Después pasamos a una reunión general donde fui presentado y me anunciaban que los niños iban a trabajar conmigo esa mañana mientras ultimaban detalles del programa junto al profesor. Yo me dispuse a entregarme a la lúdica y a la lectura, durante las actividades y conversaciones algunos me compartieron que vivían a más de seis kilómetros de distancia en cualquiera de esas montañas circundantes, también expresaban que ni siquiera los oficios agrícolas que debían hacer antes de empezar las actividades académicas los harían desistir de venir a la escuela. Vi poder, autonomía y autoestima en sus frases, hijos de una comunidad sana que se vuelven fuertes para conjurar las peripecias y dificultades que implica no tener siquiera una vía de acceso segura que les garantice desplazamientos menos fatigantes; o la oportunidad de reducir riesgos y amenazas con un puesto de salud público, o el simple intercambio de productos agrícolas y comestibles que faciliten un lugar como despensa para su aprovisionamiento. Recordé momentos de la tertulia junto al fuego la noche anterior, de cómo ha sido promesa sistemática por todos los políticos que van a visitarlos y ellos sólo esperan que alguno cumpla, no importa cuál ni de qué partido. Me asombró percibir en ellos que ante el descuido estatal no claudican en lo único que les permite perpetuar bienestar en su destino: la educación. 

Programa Nacional de Bibliotecas Itinerantes
Escuela Pablo VI - Sede Avendaños
Escuela Pablo VI - Sede Avendaños
Estudiantes de Avendaños- Programa Nacional de Bibliotecas Itinerantes

Sonó la campana que anunciaba el descanso, pasamos por la cocina y disfrutamos de un refrigerio. Después jugamos en la cancha junto a la bibliotecaria y promotora de lectura, el profesor diligente conversaba con algunos estudiantes sobre compromisos académicos. Llegó la hora del almuerzo y chiquillada y adultos nos acercamos a la cocina.  Una vez comieron, fueron desplazándose hacia sus hogares y la escuela quedó vacía y en silencio. Estos servicios son garantizados por la misma comunidad como veedora de los PAE (Programas de Alimentación Escolar), y para el caso de Avendaños es una de las apuestas más importantes por el cuidado de sus infantes, por ello la ecónoma, que vive más allá de una hora, llega muy temprano en la mañana a preparar los menús; su interés se refleja en una alimentación sana, balanceada y bien preparada. Propósito compartido porque su fuerza como comunidad es la unión y el cuidado. 

La tarde la dediqué a descansar, me abandoné a leer y observar el paisaje en las colinitas que bordean la cancha mientras las funcionarias se reunían con el profesor. Sin señal de internet, sin energía eléctrica, sin ningún ruido artificial, la idea de la nada pero también la de la plenitud lectora me revelaron el valor de la comunidad educativa a través de un programa y proceso lector en una escuela única. A las cuatro de la tarde empiezan a arribar personas de los alrededores, muchos de ellos padres, madres o amigos de los padres de los estudiantes. Conectan sus celulares a una fuente de energía solar, es un momento de comunión, se parlotea sobre los eventos del día, los encargos personales, los animales de reproducción; también el profesor aprovecha y los actualiza sobre el estado académico y las actividades de sus hijos. Aquella tarde les recalcó la importancia de asistir a la reunión a la mañana siguiente para la socialización de la entrega de la biblioteca. A las seis se desconecta la fuente de energía y se escabullen por entre las sombras de las montañas los últimos visitantes de la escuela. Después de cenar compartí un rato con mi guía en los corredores, la noté inquieta y me compartió su incomodidad. Me contó que tenían inconvenientes porque ya tenían que haber llegado las dotaciones de libros junto a un componente tecnológico y material digital que debía presentarse a la comunidad al día siguiente; y lo más triste, que partiríamos después de la reunión porque no era necesario quedarse el fin de semana sin materiales ni equipos para trabajar con la gente, y que aprovecharía ese tiempo para adelantar otras operaciones, que de eso se trataba la reunión de esta tarde, y recalcó, en este trabajo no hay tiempo que perder. Se despidió, no sin antes darme una noticia alentadora. – No te preocupes, mañana salimos a caballo-. Yo me quedé impasible, ya había prolongado mi éxtasis lector hasta el fin de semana y la idea de volver tan pronto no me animaba mucho, ni siquiera cabalgando. Entonces mientras buscaba el sueño me quedé pensando en la situación, compleja resultante de las tardanzas del Estado; pero también en la forma cómo se resuelven problemas de este tipo, en funcionarios como mi guía, que sirven de mediadores y soportes de manejo y confianza entre las comunidades, las secretarías municipales, las alcaldías, las gobernaciones, las direcciones de bibliotecas, el Ministerio de Cultura y la Nación. Todo un andamiaje que se confronta y se pone en discusión cuando ocurren este tipo de alteraciones en los tiempos de entrega y se socava el ánimo de los beneficiarios porque aparece en el imaginario la idea de una promesa más, como la de una carretera. 

Esa mañana estaba previsto empezar con una actividad lectora para padres e hijos, utilizamos el fondo editorial de la biblioteca escolar, una acumulación de donaciones entre las que encontramos El tesoro de la juventud y La enciclopedia de los niños; aprovechando la riqueza del contexto en relación con los animales y los paisajes, nos sirvieron de insumo para una sensibilización sobre las características y escenarios de la fábula. Mientras la comunidad se integraba descubriendo las cualidades de este género antiquísimo en la historia de la humanidad, se daba espera a los restantes. A las diez de la mañana, el aula se hallaba animada y numerosa, habían faltado pocos. En el ambiente flotaba un aroma de satisfacción, comentaban que había sido provechoso leer con sus hijos porque así formarían el hábito de hacerlo en casa y que además les había servido para relajarse de las preocupaciones y compromisos diarios. Se pasó a informar sobre los sucesos que impidieron tener la biblioteca como estaba planificado en el cronograma, se prometió gestionar lo concerniente e informar sobre su envío y se afianzaron compromisos para desarrollar programas cuando llegara la dotación e implementación tecnológica. Aunque la comunidad se sintió desilusionada no expresó en ningún momento rechazo ni inconformidad, lo asumió como un informe y propuesta más para persistir creyendo, como lo han naturalizado por generaciones en un escenario mítico por su inaccesibilidad, hábitat y belleza, aún hallándose a menos de 20 kilómetros de distancia de la cabecera municipal de Sotaquirá. 

Después de disfrutar del almuerzo, reposando sobre el pasto, mi guía me informó que debido a la falta de un caballo no saldríamos ese día de Avendaños. Me lo dijo con resignada preocupación como buscando aprobación, yo lo asentí pero con alegría, quería conocer más de los alrededores y aceptamos la invitación de unos niños que vivían en una de las casitas circundantes de la escuela. La bibliotecaria junto al profesor se quedaron organizando información y planificando las nuevas directrices del proyecto, sobre ellos reposa la administración y ejecución de los materiales y dotaciones del programa. Nosotros junto a unos infantes montaraces partimos en bandada bulliciosa hacia el río. En aquel regazo de serenidad y silencio escuchaba el aterrizaje de una hoja interrumpir la cadencia fluvial, sumergíamos los pies en la pureza de sus aguas y sentíamos liberación en nuestro cansancio y estímulo para afrontar la subida al siguiente día. Imbuidos de regocijo en ese santuario de la naturaleza contemplamos el ocaso y la oscuridad se tomó el mundo, subimos a la escuela pero antes fuimos invitados por los niños a su casa a tomar chicha. Después pasamos a la casita que nos recibió la primera noche y nos agasajaron con una comida especial. En medio del frío, la oscuridad y la lejanía, rodeados de tan magníficos anfitriones, nos sentíamos protegidos y privilegiados de intimar con esa población mágica, humilde y sabia que resiste alegre, fraterna y hospitalaria en los territorios de Colombia. Aquella noche conocí la situación de Ana*, una niña de trece años que terminó la primaria en la escuela pero no pudo seguir sus estudios secundarios porque no tiene domicilio para instalarse en el pueblo. La conversación volvió a derivar en lo mismo: la existencia de una vía carreteable solucionaría muchas carencias. 

Nos dispusimos organizar los equipajes para el día siguiente, me reconfortó comprobar que el mío estaba menos pesado; entonces me escabullí a observar el cielo y admiré la vía láctea derramada sobre la insondable oscuridad, la imagen logró conmoverme y me tiré a dormir pensando en la multitud de estrellas que vigilaban el sueño.        

Cuando desperté sentí antojos de huevos para el desayuno, ya la bibliotecaria rondaba la cocina, me aparecí y le dije que partía en busca de esa gema nutritiva. Con desconfianza me miró y me deseó éxitos en la misión, yo no comprendía y emprendí decidido la caminata. Arribé a las casas vecinas y fue infructuosa la petición de que me vendieran media docena de huevos, la explicación, muy sencilla, esa proteína hace parte del consumo diario de las familias y pocas veces hay de sobra. Di vuelta con las quijadas destempladas y recordé las palabras de mi guía que sonaron como sentencia: Hay que llevarlo todo para tenerlo todo. Pero, ¿quién iba a imaginar la ausencia de huevos en el campo?, reparé en la otra opción, haberlos traído por ese camino culebrero; entonces me resigné ante estos impedimentos y prorrogué ese placer hasta cuando llegáramos a la urbe.                      

Partimos a media mañana, para mí fue destinado el caballo más bajito y dócil porque mi única experiencia al galope había sido en los que alquilan en Silvia (Cauca) para pasear cerca al lago.  La verdad me sentía inquieto, pero la actitud apacible del caballo me brindó confianza para atravesar esas redes de trochas resbaladizas que amenazaban con hacernos rodar por las pendientes rocosas y enmalezadas. Después del mediodía alcanzamos la cúspide y reposamos alegres entre las latas del bus olvidado.

Sotaquirá - Boyacá - Alto Ecce Homo -
Alto Ecce Homo, Sotaquirá - Boyacá

Entregamos los caballos al baquiano, esperamos el transporte encargado de la Alcaldía y descendimos hasta el parque principal de Sotaquirá; las funcionarias ingresaron a la administración local y yo las esperé acostado en una banca del parque mientras mis piernas y cintura se recuperaban. Allí molido agradecí a ese caballo su esfuerzo y me sentí orgulloso de la experiencia en esa aventura por el libro. Mientras aguardaba a mi guía conversé con unas señoras, al saber que venía de Paipa muy convencidas me expusieron que la fórmula del queso Paipa es de Sotáquira. Yo quedé atónito, cómo podía suceder si el queso Paipa es de denominación de origen. Ellas altivas me recalcaron. – ¿Vio la cantidad de vacas que hay en el trayecto para llegar a este pueblo?-. La fantasía de su justificación y la evidencia de aquel reguero de vacas en el camino me trasladó a un lienzo mágico bordado por historias rurales y vecinas, a la valoración de ese cúmulo de información que no ha sido registrada pero sostiene la identidad y el orgullo de un territorio, y en los habitantes que como museos vivientes difunden y conectan información. Al sentirme sin justificación para debatirles, preferí quedarme escuchando sobre sus bondades, sabores y preparaciones hasta que mi guía salió y partimos en el primer bus. En el trayecto le compartí sobre mi nuevo hallazgo, ella me comentó que también conocía esa historia, pero llegamos a la conclusión que como foráneos estábamos tan lejos de conocer el origen y explicación del sabor, que lo mejor era disfrutar de ambos reverenciándolos en silencio. Y así lo hicimos cuando descendimos, pasar una tarde paipana entre amasijos, queso y chocolate hasta que cayeron las sombras sobre el pueblo y la acompañé a la estación. Seguía en su ruta. Me agradeció, le agradecí, nos agradecimos compartir el arrojo por la pasión de dar de leer y guardamos la promesa de encontrarnos a la vuelta de una página o de cualquier camino.  

Hacia La Biblioteca de Avendaños
Atardecer Lago Sochagota - Paipa - Boyacá

CODA: Finalizando el año 2019 recibí una llamada de mi guía para contarme que las bibliotecas habían llegado a su destino en toda Colombia. Imaginé a la gente de Avendaños en fiesta, comprobando que existen para el Estado, así sea a través del libro. Ya el Proyecto Bibliotecas Rurales Itinerantes empezaba a caminar, hoy es el Programa Nacional de Bibliotecas Itinerantes.    

 

Plan Nacional de Lectura
Janeth Ávila, bibliotecaria Sotaquirá. Ariel Otálora, docente Avendaños
Plan Nacional de Lectura
Comunidad de Avendaños (entrega de biblioteca)

La crónica es el género estrella del periodismo. Su discurso es realista, para ello se elabora con un lenguaje sencillo, poco adornado por las metáforas y la adjetivación porque su función esencial es la de describir espacios, personajes y escenarios de un fenómeno, actividad y experiencia en una secuencia temporal. La narración se desplaza por terrenos y exponen acciones en un contexto. Esta perspectiva discursiva y conceptual es pertinente como estrategia para desarrollar textos escritos, por ejemplo contar lo que ocurre en una localidad urbana o rural o en un evento social o particular. De esta forma se acerca la experiencia a lo que se observa, se siente o se interpreta del exterior circundante. Escribir es construir memoria… estimular este pensamiento fortalece habilidades de lectura, oralidad y escritura.

1 thought on “Hacia la Biblioteca de Avendaños”

  1. Excelente crónica, felicitaciones, más allá de tan linda experiencia, la forma como la cuenta me hizo trasladar a mis experiencias como docente en zonas rurales alejadas. Tiene usted una forma de enganchar al lector que me ha hecho volar la imaginación hacia esas tierras que no conozco. Muchas Gracias por compartir.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *