Del 19 al 23 de febrero de 2021 ocurrió la conmemoración de la creación de la organización indígena más grande y longeva del planeta. Al encuentro se sumaron cerca de 20.000 asistentes; durante 5 días compartieron saberes, acordaron planes de vida y en las noches desplegaron el talento artístico de sus comunidades ofreciendo una monumental fiesta. No hubo ni una sola agresión ni un acto deshonroso, las delegaciones de pueblos que conforman esta asociación, los invitados especiales, los asistentes curiosos, experimentaron un evento de comunión y respeto por las identidades, el legado cultural y los propósitos fundamentales de lucha en los territorios.
Por Alfonso Carlos Moranda
Especial para Tercera Órbita
Vengo desde un pueblo azul donde el tiempo no tiene longitud.
León Gieco.
Si algo hubo constante durante los cinco días del evento fue caminar. Aquel gran campamento esparcido por las montañas de El Pital era transitado por las calles, trochas, caminitos, faldas y cumbres, parecía una colonia de hormigas desplazándose en hileras para conservar el orden. Siempre en movimiento, siempre en ebullición.
Me guiaron hasta un lugar apartado en la cúspide de un cerro donde había una construcción en guadua y palma, adentro el fuego crepitaba custodiado por 3 grandes piedras, un círculo de seres se agrupaban en torno a su brillo y calor, conversaban en lenguas desconocidas y en español, bebían guarapo, en ocasiones una de las personas mayores se dirigía alegre y efusiva a quienes iban llegando, les daba la bienvenida y se integraban sin tiempo a ese cálido rincón de contemplación, de silencio y de frases trascendentes; se conoce como la tulpa y es el lugar sagrado de pensamiento. Ahí no se ora, se escucha, quien toma la palabra lo hace con responsabilidad y criterio, se habla de espiritualidad y eternidad, de las grandes dudas de la existencia.
Las llamas chispeantes se elevaban del triángulo de piedras cuando ofrendaban hojas de coca o bebidas embriagantes, erguidas como monolitos representaban una triada de la creación, habían sido trasladadas desde tres zonas de los territorios como testimonio y vestigio de ese pedazo de tierra que habita en sus corazones. El círculo de la palabra se vio suspendido cuando un joven Misak se acercó a presentar a un compañero Nasa ante los mayores, de esta forma lo integraba a esa cofradía de curadores y sabedores ancestrales: lo estaba impulsando para seguir la tradición del teguala. Ellos lo recibieron animados y expusieron ante los asistentes una situación inquietante: a las nuevas generaciones no les anima seguir el camino del chamán. Por eso celebraron la decisión del nuevo aprendiz de seguir cultivando los conocimientos sobre la salud y la sabiduría cosmogónica. Su compromiso sería eterno y le irían develando los misterios más profundos de su especialidad para el servicio a la comunidad en su esencia más pura: sostener la vida y la magia de un pueblo originario. La tulpa me sensibilizó con el espíritu, tantas veces descuidado por el racionalismo y el urbanismo que nos envuelve en la realidad consumista. Allí entre las sombras de la noche me sentí protegido, libre y sin miedo, como ha debido ocurrir para estos pueblos desde los oprobiosos tiempos de la Conquista.
Para el pensamiento indígena la comunidad es prioridad, la familia está subordinada a ese concepto. De esta forma garantizan compromiso y disciplina, también bienestar para los clanes familiares y sentido de eternidad basado en la unión y fraternidad; de allí que la idea de Minga recoja estos fundamentos y sea una constante para resolver necesidades o presionar al gobierno por la falta de desarrollo, servicios o derechos en sus territorios; como también los planes de emprendimiento sobre sus propios productos agrícolas, artesanales o medicinales procesados por las comunidades, una clara muestra de autonomía, liderazgo y oposición al sistema comercial. No hay fuerza sin espíritu, por eso caminar es insumo para trascender.
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