En Órbita

Encanto: radiografía desencantada

Encanto es una hermosa película de Disney ambientada con los trajes, música, arquitectura y comida de Colombia. En vez de ser una majestuosa película de viaje, como yo esperaba, la historia se circunscribe , sí, a una casa. ¿Una simple casa da para una aventura?

Por Ana María Díaz Collazos*

Como en cualquier historia de género gótico, incluso vampiresco o de terror, se circunscribe a una casa, porque esa casa es Colombia. La vela o “el milagro” no es más que el uribismo que los tiene a todos enceguecidos con una magia que no existe mientras el tejido social se derrumba por dentro. Nadie se da cuenta, solo la abuela, y después Mirabel. La abuela se da cuenta y lo oculta. Mirabel es la mamerta que le dice a su familia la realidad que ellos no quieren ver.

La abuela es supremamente abusiva con su nieta. La humilla por no tener poderes o por simplemente usar el momento de la mesa para hablar del derrumbamiento de la casa. La cena familiar es como cualquier reunión entre uribistas y uno que otro petrista donde se terminan agarrando por hablar mal de la casa. La abuela le hace creer que está loca, lo que constituye un tipo de abuso que se llama gaslighting. No, aquí no pasa nada, todos somos seres hermosos y mágicos, y tú estás loca.

Es como el marido infiel que siempre le dice a la esposa "yo no tengo amantes, tú te las estás imaginando".

Mientras tanto, el tío Bruno está tratando de componer las ranuras que se abren en la casa. Pero lo hace de una manera bastante ineficiente, con un material que no funciona muy bien, desde lo oculto, pero al menos lo está intentando. Él es la mezcla de dos tipos sociales: Por un lado, es el desaparecido, el trauma colectivo del que no se habla.

Por otro lado, el tío Bruno predice desgracias y luego lo culpan por las desgracias que ocurren. La gente del pueblo lo odia. Hablar de Bruno está prohibido. La familia le tiene miedo porque piensan que él va a destruir el milagro, pero la realidad es que el milagro simplemente se va destruyendo por dentro. En eso representa a Petro.

El tío Bruno un día simplemente desaparece y nunca vuelve a saberse nada de él. Y hasta mejor, porque qué pereza Bruno que no vive sino recordando las desgracias que subyacen a nuestra mitología de verraquera y resilencia. No se habla de Bruno es tal vez la mejor canción de la película y la que mejor retrata el trauma colectivo del colombiano: el trauma del desaparecido. Es una canción, como todo en la película, tremendamente triste y desesperanzadora. Pero Bruno sigue ahí, latente, metido entre las paredes, esas paredes que son como una fosa común que se empecina en abrirse y precipitar el cataclismo.

¿La única salida? Pues esperar a que se destruya la casa, para reconstruirlo todo. Destruir "el milagro", porque la magia continúa aunque se haya extinguido el milagro.

La magia no era un poder sobrenatural. Era la voluntad de las personas de salir adelante. Sí, la niña mamerta no tiene más remedio que abrazar a la hermana que odia, o más bien, abrazar a la abuela uribista y empezar a recontruir la casa desde cero en ese mismo colectivo. Se reconstruye la casa entre todos, un tío Bruno solo no puede. Un tío Bruno solo simplemente puede poner parchecitos aquí y allá, y más difícil cuando ni siquiera se permite hablar de él.

Reconstruir la casa solo se puede sobre los cimientos de reconocer los problemas. Solo cuando la abuela es capaz de narrar el pasado del crimen del abuelo es posible la reconstrucción del milagro. Los seres sin rostro que asesinan al abuelo pueden ser los liberales o los conversadores, seres sin rostro porque toman cualquier forma según van pasando las generaciones. Aunque perdamos la magia al narrar la realidad de la violencia, lo que tendríamos sería una casa de verdad con bases sólidas.

* Doctora en lingüística hispánica de la univerdad de Florida. Profesora en Fort Lewis College.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *