Jenny Valencia Alzate: Cali es una ciudad que me ha sacudido en todas las épocas de mi vida

El pasado 31 de julio, la tripulación de Tercera Órbita fue invitada a moderar el conversatorio con la reciente ganadora del Premio Nacional de Escritura en la modalidad de cuento, la profesora Jenny Valencia Alzate, también conocida por algunos mortales como Malicia Enjundia.
Extraemos de aquella tertulia sus apreciaciones sobre el cuento, su método creativo y sus motivaciones espirituales y culturales. El evento fue realizado en Deborondo café- hostal, cuando apenas regresaba a Cali después de su premiación en Bogotá y se disponía a partir al día siguiente a recibir el Premio Brasil de los sueños en la modalidad de cuento, en Salvador de Bahía. Cuando la vida es cuento. Segunda entrega.

T/O: Otro aspecto que notamos en tu obra es el de la lengua. Parece que tienes un compromiso estético y telúrico con la ciudad de Cali. Háblanos al respecto.  

J.V.A: Claro, porque Cali estéticamente es atrayente, quién no se va de aquí y quiere volver en algún momento o quién no está aquí y se siente atrapado y envuelto. Y es telúrico porque Cali es una ciudad telúrica, o fue lo que yo sentí desde los 6 años que llegué, una ciudad que me ha sacudido en todas las épocas de mi vida y en cada paso que doy encuentras algo que te sacude, y es un terremoto. En Cali he vivido el infierno y el cielo pagano, valga la aclaración, al mismo tiempo. Seguramente es una ciudad a la que yo siento, como decía ahorita, que tenía que hacerle un pagamento, y ese pagamento se dio a través de la literatura. Porque finalmente creo que yo estoy viva, y no estoy en las drogas, paradójicamente por Cali, por la salsa, por la música. Siento paradójico que en Cali la salsa está en la nocturnidad y la nocturnidad es un espacio sin límites ni fronteras donde vos accedés a lo se te dé la gana, pero siempre la música me llevó. Y la música, en Cali, está siempre vinculada a los orishas de la religión yoruba, específicamente a Changó que hace presencia y cuya energía yo he sentido siempre, y creo es el que me ha sacado y que me ha hecho sobrevivir en esta ciudad donde llegué como migrante muerta de la tristeza extrañando a papá.  

T/O: Parte de ese pensamiento está reflejado en Buziraco Fútbol Club ¿Por qué te centraste en esa temática, en ese panteón y en aquella reflexión en torno a un diablo que no hace sino alimentar el espíritu de los delirios populares? 

J.V.A: Tema delicado ese. La primera imagen que yo tuve del diablo en Cali fue la imagen auto céntrica y racista de que la gente negra era perversa y lo mejor era no acercárseles. Todo ese racismo estructural que además nos legan de generación en generación. Pero paradójicamente llego a vivir a un barrio como Unión de Vivienda Popular, que para ese momento de los años 90´s era habitado por gente mestiza empobrecida pero también por comunidades del Pacífico colombiano que estaban siendo desplazadas por la violencia armada. Mi mamá llega a trabajar como empleada del servicio en casas del sur de Cali, y se tenía que ir todo el día porque era una madre soltera, recién enviudada, que tenía un niño de 11 años y otra de 6, que era yo.  Mi hermano se iba a estudiar y yo me quedaba donde una prima de ella que vivía en el mismo barrio, y la prima era tirana, era un ogro. ¿Pues yo que hacía? Mi mamá se iba y yo me quedaba mirándola desde la puerta, y a la vuelta de la casa había un niño afro de una familia desplazada al que le decían Rap. Ese niño fue el primero que me ofreció su mano y me acogió, y yo me iba todo el día con Rap a jugar por las calles destapadas del barrio donde no había un árbol, en la cancha, con ese sol tan tenaz. Claro, mi mamá me dejaba comida en la casa, pero como mantenía con Rap, con él probé el tapao y otras comidas tradicionales, porque la familia de Rap me veía desamparada de alguna manera; entonces ese niño afro fue el que me abrazó en Cali y me hizo sentir que estaba acogida y que no estaba tan expuesta, pese a que los adultos de mi familia, aunque eran mestizos empobrecidos, del mismo barrio donde vivía gente afro, no hacían sino hablar de la gente negra de una manera despectiva.  Esa fue la primera contradicción que yo tuve en torno a la figura del diablo, de alguna manera, digo del diablo en el sentido de que la gente satanizaba a la gente afro en los años 90´s, igual hoy también lo siguen haciendo.  Pero luego de que se apareció el diablo en Juanchito, que esa es una historia que conocemos todos, y que fue una historia que me quedó rondando, y entonces yo decía: quién es ese diablo que baila salsa, que se aparece un viernes santo en los años 90´s, pero sobre todo por qué baila salsa, si la salsa desde los 6 años la había escuchado era en las casas de la gente afro del Distrito y de Unión de Vivienda Popular.   Entonces esa figura del diablo me persiguió desde niña, pero siempre queriendo saber cuál era la verdadera raíz de ese diablo del que hablaban, y ahí es donde aparece la historia del Busiraco, que la gente cree que es un demonio de cachos, cola y tridente que vive en el Cerro de las tres cruces, pero que en realidad es una representación, o de alguna manera, el santo patrono de la cultura popular de Cali, que está impregnado y atravesado por todo lo afro. Y cuando me doy cuenta de eso, me pregunto, ¿entonces este man quién es? y ahí es cuando descubro que es un orisha de la religión yoruba, que es Changó.    

T/O:  Háblanos de ese mito de Busiraco y cómo se convierte en insumo para tu creación y obra literaria. 

J.V.A: Dice la leyenda que en la época de la diáspora africana esclavizaron a varios pueblos del bantú, pueblos diversos provenientes del África Occidental, entre esos pueblos estaban los yorubas, que se supone tienen mayor asentamiento en Cuba y en Brasil, pero que también llegaron a Colombia. Resulta que en Cartagena empezó a ocurrir algo, decían que cuando los esclavizados tocaban los tambores se aparecía una figura entre el fuego, y que la iglesia católica que seguramente no sabía nada de la religión yoruba ni de los Orishas africanos, vieron esa figura y dijeron que ese era el diablo. Busiraco es uno de los nombres que se le dan a Lucifer en el latín, entonces dijeron, ese es Busiraco. ¿Entonces qué hicieron? Lo ilustraron como un macho cabrío con patas de cabra, con cachos y con cola, y se fueron al Cerro de la Popa donde hicieron un ritual y se supone que lo expulsaron de Cartagena, ¿y para dónde se vino?, se supone que se vino para Cali porque obviamente aquí también habían  esclavizados, estaba la cercanía con el pueblo de Buenaventura, había cañaduzales, y aquí empezó a pasar lo mismo. La leyenda dice que Busiraco se empezó a aparecer, aquí lo pintaron como un gran murciélago; le adjudicaron la viruela, las pestes y las enfermedades. Durante trescientos años ese señor tenía la culpa de todo para la iglesia católica. Después dos frailes que venían de Popayán dijeron: vamos a hacer un ritual en el cerro, se subieron allá con algunos feligreses, llevaron camándulas y los materiales. Las primeras tres cruces fueron de madera dizque para expulsarlo, pero resultó que mi amigo se quedó fue encerrado en la ciudad y ya no pudo salir. (Risas) 

En el Buziraco lo que planteo específicamente, de manera literaria no soy antropóloga, todo lo que estoy diciendo es una verdad ficcional; es que Busiraco es en realidad Changó, que se queda en Cali, y empieza a salir del cerro cada viernes con la brisa, muerto de la sed, con ganas de tomar licor, con ganas de que le toquen los tambores y que le hagan fiesta. Y en cada cuento del libro lo que hace es encontrarse con ciudadanos diversos y vivir un episodio diferente. Entonces, en uno está tan llevado porque hace tiempo no consigue licor ni rumba que sólo logra encarnar en un habitante de calle afro, y la policía está matando habitantes de calle afro y lo cogen. En otro, logra interactuar con unos jugadores de fútbol que son unos obreros, que es una metáfora de la creación del América, entonces arma un equipo de fútbol que es el Buziraco Fútbol Club.

Y así es cómo cada cuento es un episodio de la interacción de Busiraco que en realidad está sincretizado con Changó, con los habitantes de Cali que somos nosotros; estamos poseídos por el diablo (Risas). 

 T/O: Hablemos del lenguaje de tus cuentos, algunos llamarán urbano, otros lo llamarán grotesco o callejero. ¿Eso tiene que ver con tu compromiso estético con Cali? 

J.V.A: Si yo voy a traer un narrador en tercera persona que no está involucrado en el cuento, a mí me encanta darme la licencia de hacer una prosa poética, me encanta ser elegante cuando narro, pero yo no puedo cuando voy a crear un personaje que va a hablar en primera persona, a ponerlo hablar como el narrador, si es en tercera persona. Si mi personaje es un fanático del América, habitante de un barrio como San Luis, aletoso, pues es bastante verosímil y además consecuente y necesario que le diga a la cucha: cucha hp vaya coma mierda. Entonces eso depende de los personajes que yo esté narrando, cada personaje tiene su manera de hablar, de sentir, de pensar, y tengo que ser consecuente con eso. En este libro yo tengo un compromiso estético con Cali y su oralidad, porque si varios de mis personajes son barras bravas, y otros personajes son santeras o santeros, y otros son bailadores, pues yo tengo que ponerlos a hablar como habla la gente en Cali para que sea verosímil. Mi compromiso principal es con la querida especie lectora, yo no saco un cuento a la luz pública hasta que esté segura que es un cuento que por lo menos, en primer lugar, sea legible, que la gente lo entienda, pero que también cumpla con esos pactos o con esas leyes de verosimilitud o coherencia que exige el relato. Porque me da física vergüenza sacar cualquier texto que la gente no me vaya a entender o que vaya a decir: no, yo no le creo esto. Entonces sí hay un compromiso estético con Cali, por lo menos en este libro.     

T/O: En La muñeca, relato ganador de un premio internacional, hay un final que embellece todo el cuento.  Cuando escribes cuento, ¿para vos es preciso tener un final con anticipación?  

J.VA: Yo no tengo ninguna fórmula para escribir. Cada cuento a mí me significa hasta un problema porque no sé cómo va a terminar, algunos, otros sí digo voy a escribir esta historia y que termine así, en términos de la claridad de la trama, pero a veces poder llegar desde el lenguaje a eso es difícil. Así como hay otros cuentos que los empiezo a escribir y ellos solitos me van diciendo cómo se van a terminar, pero la verdad, yo no tengo fórmulas para escribir porque tampoco me lo permitiría. Qué boleta uno tener un, dos, tres pasos y quedarse ahí; no hay reto, no hay emoción, no hay innovación.  Entonces cada final e incluso cada historia ha tenido un motivo, una estructura y un proceder diferente. La muñeca es un cuento ganador del Premio Brasil de los sueños, convocado por el Instituto Brasil para Colombia y la Embajada de Brasil, y tiene las siguientes bases, les voy a decir lo principal. Ellos te dan unas líneas de un escritor, compositor e intérprete brasilero o brasilera, y a partir de esas líneas se escribe un cuento. Hace años participé en ese concurso y yo creo que no quedé ni entre los leídos. Pero el año pasado lo ví y me parecieron bellísimas las primeras tres líneas de la canción Acuarela de Toquinho y sentí que tenía que ver con un cuento que ya había escrito y lo que hice fue hilarlo.

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