Notas:
1 Pierre Ancet agradece a la región de Borgoña y al centro Georges-Chevrier de la Universidad de Borgoña por su ayuda en la realización de sus estudios cualitativos sobre la situación de discapacidad.
2 La intención o el impulso pueden ser experimentados como culpa, como en la fobia a los impulsos, rara vez seguidos por acciones, pero experimentados como si uno pudiera realizar constantemente un acto irreparable.
3 Pero es tan difícil distinguir una obstinación irracional de una extraordinaria fuerza de carácter, cómo una idea obsesiva absurda de una idea genial. Por ejemplo, se hubiera podido considerar en 1986, año del nacimiento de Oscar Pistorius, primer atleta “discapacitado” que ha competido con atletas “sin discapacidad”, que un hombre sin piernas nunca correría los 400 metros en tiempos récord. Podría considerarse una obstinación irracional querer convertirse en fotógrafo siendo ciego, mientras que algunos han logrado hacerlo (piénsese en las obras de Evgen Bavcar o en fotos “banales” como las de François Montenot).
4 Es importante distinguir entre discapacidad intelectual, que afecta a la capacidad de abstracción, y el conjunto de la inteligencia combinatoria de la discapacidad llamada “cognitiva” que afecta sólo a determinadas facultades muy específicas, como la identificación de figuras en el espacio, rotación mental de figuras, contar, etc. Por ejemplo, hay personas de inteligencia media o superior a la media cuyo déficit cognitivo paraliza determinadas adquisiciones y se devela durante las pruebas (Bardeau- Garneret, 2011; Mazeau, 2008, 345–347)
5 Y si sucede que la persona avergonzada encuentra fácilmente la solución, involuntariamente complicará el problema en lugar de confiar en esta intuición. Buscará otras soluciones más improbables (y a menudo falsas), para volver a la familiaridad del fracaso en lugar de admitir que lo superó tan rápidamente.
6 Esta falta de reconocimiento afecta obviamente a otras personas además de las personas con discapacidad. Se relaciona con todos aquellos que han sufrido abusos físicos, negación de derechos y desprecio social.
7 Sucede que “el discapacitado” se manifiesta, que muestra su “mal carácter” afirmando su oposición. Se opone para existir. Imposible olvidarlo, despreciarlo, pasar la mirada a través de su cuerpo, sin tener que hacer nunca nada con él. El individuo despreciado se manifiesta. Por sus palabras, por sus acciones. Intenta existir. A veces grita. Él se niega, se rebela, individual o colectivamente (pensemos, por ejemplo, en el colectivo de “personas discapacitadas malvadas” que se constituyó para marcar esta cólera y luchar contra, entre otras cosas, la imagen cursi del “discapacitado” amable, sumiso, agradecido y agradable en todas las circunstancias).
8 El duelo de la normalidad es una expresión en francés que significa la perdida de la rutina cotidiana, por ejemplo, en el caso de la pandemia. N.T.
9 Esto es lo que escribe Marcel Nuss sobre esta inversión de roles: “De hecho, en retrospectiva, no soy discapacitado. ¡Soy discapacitante! (…) Desde mi punto de vista, son los demás, la sociedad, los que están mucho más discapacitados que yo. Por lo tanto, ¿No podemos preguntarnos si no les pongo en desventaja por lo que soy y lo que no son? Por mi singularidad, que inevitablemente regresa y, también, por las limitaciones, la apariencia cataclísmica y las limitaciones que implica para a ellos. Soy un discapacitado para la sociedad porque no es accesible a mi especificidad, ya que señalo, por mi diferencia minoritaria, sus “deficiencias marginadoras”. Son las “discapacidades sociales” las que me discapacitan a mí, y no al revés.
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Referencias
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